jueves, 2 de junio de 2011

Meuersault Junior

Nótalo. Nota como tapona tus oídos. Cómo crispa tus puños. Siente la vibración de cada paso en los muslos. La tensión de los músculos de la frente. Date cuenta de que te duele la mandíbula y aflójala.
Arroja tus cosas en la mesa en la que están sentados tus amigos. Da una mala contestación a uno de ellos. Siéntate en un sitio un poco apartado, al sol, y apoya los codos en las rodillas. Nota cómo te duelen las cuencas de los ojos. Ciérralos. Incorpórate y busca el tabaco en tu bolsillo. Enciéndete uno. Échate para atrás mientras sueltas el humo por la nariz y vuelves a tensar la mandíbula. Da otra mala contestación.
Mírate el antebrazo. Mira las venas verdes. Te pica. Comienza a pasar las uñas sobre él. Más fuerte. Más rápido. Mira los surcos blancos que forman. Mira cómo se enrojecen. Te sigue picando. Rasca más. De repente, pequeñas perlas rojas surgen y se abren como plantas, creando una retícula entre los surcos de la piel y los pelos hasta ahora invisibles. Toca la sangre cpn el dedo índice. Nota cómo se alivia la tensión.

lunes, 30 de mayo de 2011

Flugzeug

Weiter, weiter ins Verderben.
Wir müssen leben bis wir sterben.


Hazlo rápido, corre, no hagas caso a los demás, y si piensas que vives en vano destierra tu conciencia a algún lugar donde el grito del deber no la arañe. Y llora, sobre todo llora. Adiós.

domingo, 29 de mayo de 2011

Bang.

A modo de diario, afirmo que hoy soñaré con hombres delgados de grandes orejas. Con ojos azules, pequeños y demasiado juntos que miran inquisitivamente a través de gafas pasadas de moda. Serán cultos, y graciosos. Y listos, pero no lo suficiente como para saber que en primavera me convierto en Humbert Humbert y me empieza a picar dolorosamente (lolitosamente) todo cuanto he pasado anteriormente por alto, como una voz meliflua e irritante, una fina boca de pez o un puñado de pelos color arena.
Lo bueno es que no recordaré el sueño mañana, y nunca más seré monsieur Humbert para esos hombres. Y jamás reconoceré haberlo sido alguna vez, pese a la avaricia del momento.

(N del T: Mirarte fijamente hasta que te das cuenta de que lo estoy haciendo me proporciona una especie de satisfacción guarra e insignificante, como explotar un grano. También me pasa con los mormones que miro en el metro.)

jueves, 19 de mayo de 2011

aló

Esto no soy yo, yo soy un charco.
Esto es para no ser yo, no escapando, sino adornándome un poco.

El exhibicionismo emocional parece ser una suerte de consuelo, así que me apunto. Me atuso las ideas y las palabras y me entrego a la deshonestidad manifiesta, de la forma más obscena posible. Voy a mentir un montón. Voy a describir como la elevación me da razones para vivir, se convierte en mi religión, y me somete. Y me retuerzo y me rompo el cuello para mirarla, y tomo grandes bocanadas de aire como un pez que se esté ahogando. Y aunque tarde unos años más que el pez en ahogarme, la sensación de que soy una consecuencia, una alucinación química, casual, no se va a ir hasta que me muera.

Lo brutal de la situación es que esto no soy yo, pero lo que habla con mis amigos tampoco. Ni lo que habla con mi madre. Al menos no completamente. Lo que yo sea está fuera del alcance de nadie. Aunque conozca mis hábitos y comportamientos. Aunque conozca las motivaciones últimas de mis actos, que yo desconozco. Estoy aparte del mundo. Y tú también. Y nos pudrimos, nos ahogamos, como el pez. Aislados en nosotros. Pensando que respirar es la prueba irrefutable de que no podemos dejar de convulsionar hasta que dejemos de existir.


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